Una cosa es ser candidato y otra ser gobernante; muchos confunden lo uno y lo otro. No es lo mismo, es totalmente diferente. Se aplica un poco la máxima de Maquiavelo: “conquistar el poder es relativamente fácil, lo difícil es mantenerse; mantenerse en el poder, en ello radica la virtud del príncipe”.
Son dos momentos, dos circunstancias diferentes. Como candidato Petro tuvo una virtud: logró unir a casi toda la izquierda, a casi todos los grupos alternativos del país y a un sector importante de la intelectualidad y la academia, como también haber llegado hasta el centro del espectro político. Y lo logró por el cambio de una postura radical de izquierda a una mas cercana al centro del pensamiento político.
Unir a cerca de treinta expresiones políticas de la alternatividad, no es un logro cualquiera, nada fácil; unir tan multivariado espectro de liderazgos políticos, hasta el momento dispersos, solo fue posible gracias a su liderazgo; otro, no lo hubiese logrado. Su talante, su liderazgo, y las circunstancias políticas del momento, lo hicieron posible.
Fue un logro importantísimo, unirlos alrededor de su candidatura y de una la lista única y unificada al Senado, alrededor del Pacto Histórico; lograr después, concitar el respaldo de otros partidos y movimientos, en el Frente Amplio, más importante todavía. Y, ganar la presidencia, un logro sin precedentes en la historia del País.
Cada momento, cada hecho, en el proceso de lograr la presidencia, dieron muestras de un Petro lúcido y con un elevado grado de madurez. Mayor expectativa y mayor liderazgo con el discurso, el día de su elección. En su discurso de posesión aparecieron trazos de un Petro estadista, capaz de liderar a la Nación; mayor aún, con una alianza más amplia en la conformación de las directivas del Congreso, llamando a participar a otros partidos del establecimiento. Y, el culmen, con la conformación de un gobierno de unidad, incluyendo a varios partidos que se preveía, iban a serlo de oposición.
Petro en sus inicios como gobernante, dio muestras de un elevado nivel de liderazgo con su capacidad para lograr consensos. Con el transcurrir de los días, y con el complejo trámite de las reformas perdió el horizonte conciliador y apareció desde su interior el Petro pendenciero. Perdió el foco, perdió el rumbo. Volvió aparecer en Petro su talante de líder opositor.
Como ser humano se dejó arrastrar por los egos y, de ese autoritario camorrero que cohabita en cada uno de nosotros. Se olvidó que la polarización durante tantos años, solo es posible superarla llenándose de cordura y de sensatez que solo él puede lograrla desde su condición de presidente, no de un sector (sus electores) si no como representante de todos los colombianos a quienes gobierna.
Como Gobernante Demócrata, como presidente, debe saber entender la complejidad del momento; como gobernante no debe dejarse llevar de los impulsos, de las emociones; debe primar en él, un elevado nivel de racionalidad para no dejarse calentar el cerebro.
Volver a la prudencia, a la sindéresis. Debe leer de nuevo sus propios discursos: el del día de su elección y el del día de su posesión. Debe pensar que puede lograr el cambio, que aún tiene tiempo para hacerlo.
Debe recordar que ya ha producido cambios, y muy importantes, desde la recomposición del Generalato y el oficialato de la fuerza pública. Recordar que pudo sacar avante el acuerdo de Escazú. Recordar que pudo lograr la aprobación de ley para la Paz total. Recordar que le aprobaron una reforma tributaria ambiciosa (no la ideal), pero sí una que le permite avanzar. Recordar que le aprobaron el Plan de Desarrollo, la hoja de ruta de su gobierno (no el ideal). Recordar que en el Congreso no tiene mayorías para sacar las reformas ideales, si no, las reales, las que resulten del proceso de concertación, pero, al fin y al cabo, reformas en positivo, para avanzar en los cambios que a futuro y en varios gobiernos se pueden alcanzar.
Ya empezó el tiempo de los cambios, ellos se van dando y profundizando con el tiempo, con el tesón y sobre todo con la razón. En el corto tiempo de su presidencia ha demostrado que sus palabras han tenido eco en el concierto internacional, en la OEA, en la ONU, en sus reuniones bilaterales con los gobiernos de Biden en E.U. y Sánchez en España, y en su visita a los Reyes de España y al Congreso de Diputados.
Con sus centradas y profundas intervenciones, se puede perfilar como líder latinoamericano entre el multivariado conjunto de gobernantes. Su voz es escuchada con atención y con respeto, en temas como el calentamiento global, la paz total y, la defensa de la vida y de los derechos humanos.
No hay que volver atrás, a épocas pretéritas de líder opositor. Hay que seguir sin pausa en la ruta de los cambios. No debe olvidar que ya conquistó el Gobierno en lo nacional, ahora debe orientarse a los territorios para conquistarlo en lo regional y en lo local.
No debe olvidar que la virtud del líder, del príncipe, a decir de Maquiavelo, es mantenerse, y, para mantenerse hay que ganarse el respeto y el reconocimiento de buen gobernante. Privilegiar la mesura, la profundidad del silencio, acorde con la racionalidad, para impedir el pendenciero que se atraviesa para hacer ruido en medio de la emocionalidad. Menos ruido, más gobierno.
Al fiscal no lo puede graduar de líder opositor, debe colocarlo en su sitio, el sitio que se merece, el del ser pueril e inocuo que es. Su condición de Fiscal sordo, ciego y mudo frente a los delincuentes, solo merece la censura de la Nación; no hay que volverlo víctima para que esconda su ineptitud y su incapacidad frente al crimen organizado. Como gobernante debe reclamar decoro, pero, para reclamarlo, hay que tenerlo.
No hay que tener descanso, ni desfallecer en el trámite de las reformas en el Congreso. No es en la calle, no es haciéndose oposición, ni alimentándola. No es pegándose un tiro en el pie, yéndose de lengua con los otros poderes. No hay que decir que es jefe de Estado, no hay necesidad de decirlo, hay que ejercerlo, pero, ganándose dicha condición a través del respeto.
Hay que tender puentes de nuevo, con los líderes de los otros partidos, o, con sus Congresistas, con los que hay que llegar a acuerdos, los mejores, producto del consenso, para sacar adelante las reformas prometidas (salud, laboral, pensional, respaldo a la paz total) no las ideales, si no, las reales, producto de la concertación.
No olvide que la figura presidencial encarna la unidad de la Nación, ella está en la Constitución Nacional y en el imaginario colectivo, y, si pretende ser Estadista, muchísimo más, debe guardar compostura, mesura, talento, y capacidad de conciliación para sacar avante el trámite de las reformas en su espacio natural, el Congreso. Teniendo claro que, el Congreso es de una composición muy heterogénea en el terreno partidista y con mayoritaria expresión de los partidos del establecimiento.
Los tiempos de hoy son los del cambio, con reformas, lentos pero seguros. No son los de la revolución, mucho menos los del ruido, si queremos tranquilizar los ánimos para salirle al paso al ruido de sables que se escucha venir alimentado en el camino.
Por: José Gustavo Hernández Castaño (*)
(*) Magister en Ciencias Políticas
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