Por: José Gustavo Hernández Castaño (*)
(Mi columna de la semana anterior, sobre “el bolero” suscitó el comentario de varios amigos, entre ellos Carlos, compartiendo otro comentario sobre este ritmo.)
Los comentarios y la interpelación de mi amigo Carlos, me brindan la oportunidad de reflexionar sobre este maravilloso universo llamado bolero, una palabra que resuena con historias y emociones profundas; un término que encierra dos expresiones musicales distintas, pero igualmente valiosas. Al responder a tu interpelación, me permites no solo aclarar, sino también honrar las dos tradiciones que comparten este nombre: el bolero español, nacido en el siglo XVIII como danza, y el bolero cubano, surgido en 1883 como canción romántica. Al reflexionar sobre estas dos tradiciones, no solo encontramos diferencias, sino también puntos de convergencia que enriquecen nuestra historia musical y que han llevado al bolero a trascender fronteras y épocas. Ambos son legítimos en su esencia, aunque distintos en propósito, expresión y recorrido histórico.
Es cierto que mencioné que el bolero nace en Cuba en 1883 con “Tristezas”, la composición de José “Pepe” Sánchez, que marcó un antes y un después en la música latinoamericana. Sin embargo, debo reconocer que el bolero tiene una presencia previa en la tradición musical española. Lo que en España surgió como una danza vibrante y llena de teatralidad evolucionó por un camino distinto al bolero cubano, que es una expresión del alma. Aquí radica la riqueza del término: un mismo nombre para dos creaciones culturales que no compiten, sino que se complementan al enriquecer nuestra historia musical.
El bolero español aparece en el siglo XVIII, una época en la que las danzas de salón florecían como expresión de elegancia y gracia. Este bolero, nacido de la mezcla del fandango y la seguidilla, se distingue por su ritmo alegre y vivo, con un compás ternario (3/4 o 6/8) que invita al movimiento. Es una danza diseñada para lucir, tanto en los giros del cuerpo como en el manejo de las castañuelas y la guitarra que lo acompaña. En este contexto, el bolero español se erige como una música para celebrar, para socializar, para bailar en pareja con destreza y pasión. Fue esta tradición la que inspiró a compositores como Maurice Ravel a crear su inmortal «Bolero», una pieza que, aunque orquestal, evoca la esencia repetitiva y envolvente de esta danza española. Aunque en la actualidad ha perdido relevancia popular, su legado permanece en la música clásica y en la tradición flamenca.
Por otro lado, el bolero cubano emerge de un espacio completamente diferente. En Santiago de Cuba, donde las serenatas y tertulias eran el alma de las comunidades, surge este género que privilegia la palabra, la emoción y la melodía.
El bolero cubano, un ritmo, más pausado no busca el espectáculo, sino la intimidad que, según los entendidos en la materia, tiene un compás binario (2/4 o 4/4). Es una música para escuchar, para sentir, para enamorar. Las primeras notas de “Tristezas” inauguraron no solo un género, sino un lenguaje universal para hablar del amor, el desamor y la nostalgia. Desde entonces, el bolero cubano se ha expandido por América Latina y el mundo, transformándose en un himno para corazones sensibles.
Lo fascinante es que, aunque comparten el nombre, el bolero español y el cubano responden a propósitos y tradiciones completamente diferentes. El bolero español es movimiento; el cubano, quietud emocional. Uno es danza, el otro es canción. En el español, la guitarra y las castañuelas dictan el ritmo; en el cubano, la guitarra se convierte en el soporte para la voz, que narra las penas y alegrías del alma. El bolero español celebra el arte del cuerpo en movimiento, mientras que el cubano celebra la palabra y la expresión del corazón.
Para quien ama al bolero por las emociones que suscita, es probable que su afinidad esté más cerca del bolero cubano, que ha dado vida a grandes composiciones como “Bésame Mucho” de Consuelo Velázquez (1.940) o “Contigo en la Distancia” de César Portillo de la Luz (1.946). Este bolero ha sido un refugio para las noches de soledad y un canto de esperanza para los enamorados. Pero también es importante reconocer que el bolero español tiene su propia poesía, aunque sea menos evidente. Es el diálogo entre el cuerpo y la música, el arte de la presencia en el escenario, un legado que, aunque menos conocido, no es menos significativo.
Esta aclaración busca hacer justicia a la riqueza del término “bolero” en toda su amplitud. Ambos tienen su lugar y su tiempo, sus audiencias y sus propósitos. El bolero español nos recuerda la importancia de las raíces europeas, mientras que el bolero cubano celebra la fusión cultural que define a América Latina. Ambos son válidos, ambos son hermosos.
El bolero cubano no tardó en extender sus alas por América Latina, adaptándose y transformándose en diversas formas que enriquecieron su esencia. En México, por ejemplo, se convirtió en el bolero ranchero, con figuras como Pedro Infante y Javier Solís que lo integraron al repertorio de la música mariachi, dándole un toque de pasión y fuerza que resonaba con el alma mexicana.
El bolero se convirtió en el género romántico por excelencia en toda América Latina, con exponentes como Lucho Gatica, Agustín Lara y Armando Manzanero.
En Cuba, también surgió el bolero-son, una fusión del bolero romántico con los ritmos afrocaribeños del son cubano, inmortalizado por artistas como Benny Moré, quien con su inigualable voz dio vida a joyas como “Cómo fue”.
Otro hito importante en la expansión del bolero fue el surgimiento de los tríos musicales, una forma que dio al género una intimidad especial. El Trío Matamoros, fundado en 1925, marcó el inicio de esta tendencia, llevando el bolero a los corazones de muchos con su impecable armonía vocal y su distintivo acompañamiento de guitarra y maracas. A este trío se sumaron grandes exponentes como Los Panchos, que llevaron el bolero trío a un plano internacional, y Los Tres Ases, cuya interpretación de temas románticos se convirtió en un referente del género.
El bolero también encontró un espacio en las grandes orquestas y en las voces de renombrados cantantes. La Sonora Matancera, con su inconfundible estilo y una pléyade de voces legendarias, como la de Celia Cruz, Bienvenido Granda, Daniel Santos, Celio González, Miguelito Valdés, Roberto Ledesma, Sara Lugo, Nelson Pinedo, Myrta Silva, Bobby Capó, Leo Marini, Alberto Beltrán, Carlos Argentino, Vicentico Valdés, llevó el bolero a un nivel de sofisticación y proyección internacional. En sus manos, el bolero adquirió matices tropicales y una fuerza interpretativa que cautivó audiencias de todo el mundo. En este contexto, el bolero dejó de ser simplemente una canción romántica para convertirse en un espectáculo de gran escala, sin perder su esencia emocional.
Por eso, no hay necesidad de disputar cuál es el «verdadero» bolero. Ambos lo son, en sus contextos y en sus formas. Y ambos nos enriquecen con su presencia, uno desde la pasión del cuerpo en movimiento, el otro desde la quietud del alma que canta. Que estas dos tradiciones sigan viviendo, cada una en su propio espacio, como un testimonio de que la música, como la vida, tiene muchas maneras de tocar el corazón.
Al final, el bolero, sea español o cubano, danza o canción, clásico o popular, nos recuerda que la música tiene un poder único: el de conectarnos con nuestras emociones más profundas. En cada compás, en cada nota, late un corazón que nos invita a bailar, a escuchar, a sentir. Y así, como el bolero, seguimos contando nuestras historias, cada uno a su ritmo, pero todos hacia un mismo destino: el alma.
(*) Magister en Ciencias Políticas
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