Por: José Gustavo Hernández Castaño (*)
Hay líderes, sobre todo, líderes autoritarios, que profundizan tanto la polarización, que generan una confrontación constante.
Álvaro Uribe, lo fue por veinte años o más; Gustavo Petro lo es, ahora. La polarización política que estamos viviendo es de tal magnitud que lo que produce es estancamiento y no desarrollo.
El odio, la rabia, unidas y conectadas al miedo, son emociones que aprovechan algunos líderes políticos para sacar dividendos, en detrimento de otros. Mientras tanto el país, sin desarrollo, en tiempo detenido. Odio, rabia, y miedo, llevada a memes, en las redes, para exacerbar los ánimos.
Hoy, las percepciones tienen más peso que las realidades. La manipulación de los contenidos en las redes produce no solo resultados mediáticos, sino, estragos en la realidad.
En medio de esa compleja y diversa realidad, no queda otro camino que perseverar en la esperanza para salir de la incertidumbre. Perseverar en el argumento para torcerle el pescuezo al insulto. Perseverar en el cambio en medio de las limitaciones y los tropiezos.
Son variados y complejos los caminos por los que ha trajinado Petro opositor y Petro gobernante. Uno fue el Petro opositor: seguro, consistente, claro y definido en el rumbo. Otro, el Petro gobernante: inseguro, vacilante, confuso, dando tumbos. Pareciera que se hubiese preparado para ser líder opositor, pero, no como líder gobernante.
Con todo, lo vivido, con todo lo observado, hay que recuperar el Petro opositor, pero, gobernando con decisión, con certidumbres, con rumbo claro y norte preciso.
Pese a los devaneos de activista radical propiciando turbulencias y tempestades políticas, queriendo gobernar en la calle, es necesario que Petro persevere en los cambios que propuso realizar cuando fue líder opositor y que ahora debe buscar y ejecutar como gobernante.
Los analistas políticos y los académicos tienen claro que no es fácil producir cambios, mucho menos, los que se propuso Petro. No es fácil lograr gobernabilidad produciendo cambios, pero, no hay que desfallecer en el intento.
Para lograr gobernabilidad debe volver a los acuerdos con otros partidos, oficialmente, institucionalmente, con las direcciones y las estructuras partidarias que ellos se han dado.
Debe producir cambios en su gobierno. Ya está claro que, uno de ellos, debe ser el ministro de la política, que se dedicó a tranzar y negociar al menudeo. Lo de él ha sido, dividir a los partidos, lo del gobierno debe ser, cómo gobernar en alianza, en un acuerdo nacional con otros partidos.
El presidente Petro debe recuperar de nuevo la credibilidad de los primeros meses de gobierno, cuando se comportó como estadista. Debe enterrar y, tapar con ferro-concreto, al Petro pendenciero que no lo deja gobernar tranquilo. Debe compartir ministerios con otros partidos, compartir gobierno con partidos distintos y de pensar diferente; debe ceder en gobernabilidad para ganar en los cambios.
Para alcanzar acuerdos debe ceder en el contenido de las reformas de los proyectos que hacen tránsito en el Congreso. Debe demostrar que está en capacidad de suscitar cambios en el gobierno dando representación a otros partidos para que fluya el tramite legislativo y gane en eficiencia y eficacia en el desarrollo de los proyectos como ejecutivo.
Está claro que este es un gobierno de transición y, en esa transición, solo caben los acuerdos, los consensos, para lograr mayorías tranquilas en el trámite de las reformas en el Congreso y producir los cambios con buenos ejecutivos en el gobierno.
El Petro estadista es al que temen los enemigos de los cambios, el Petro camorrero es el que prefieren, es el que les facilita el retorno. El primero, puede ser garantía de continuidad en los cambios, y de continuidad en la transición; el segundo, es garantía de una derrota segura; es garantía para el regreso de los privilegios y de la parapolítica.
El primero, el Petro inteligente, el Petro de la lucidez, es el que genera certidumbres para producir los cambios y para seguir destapando tantas ollas podridas. El segundo, no pasa de ser el de la retórica, el del discurso para calentarse el cerebro y el de la multitud en la plaza pública.
Pese a la dura realidad, debe perseverar en los cambios, debe perseverar en un acuerdo nacional; y, pese a todo, hay que perseverar en los sueños, en la utopía.
(*) Magister en Ciencias Políticas
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