Por: José Gustavo Hernández Castaño (*)
El sistema de partidos de acuerdo con lo planteado por Sartori “como el sistema de interacciones que es resultado de la competencia entre partidos” (Sartori, 1967), en Colombia ha tenido diversos momentos y variadas realidades.
Antes de la constitución de 1.991, Colombia era una, y otra bien distinta, después, en cuanto al sistema de partidos.
En el periodo comprendido entre 1.991 y 2.003 nacieron a la vida jurídica más de 60 partidos, los que se redujeron a 12, en el año 2.003 con la reforma política que introdujo umbral y cifra repartidora, incrementado su número hasta 37 (hoy), con las decisiones del Consejo Nacional Electoral, a raíz del fallo de la Corte Penal Internacional, en lo relacionado con la Unión Patriótica y, los acuerdos de paz con las FARC en 2.016.
Por otro lado, Colombia era otra, antes del gobierno de Álvaro Uribe, y otra después; como lo es ahora y, será después, del gobierno de Gustavo Petro.
Unos eran los partidos políticos, antes del gobierno de Uribe, y otros bien distintos, después.
A finales de los años noventa y, en el gobierno de Álvaro Uribe, surgieron nuevos partidos políticos, unos ya desaparecidos, otros reciclados, como resultado de escisiones, agregaciones, y unificaciones, como si se tratase de aglomerados de madera, en los que se compactan trozos viejos, pedazos de diversa procedencia y hasta basura, así se vienen reciclando, en los últimos años, algunos partidos políticos colombianos; por otra vía, algunos congresistas, han mutado de uno a otro partido, mediante la práctica del transfuguismo, revivida nuevamente, a través del proyecto de acto legislativo que hace trámite en el Congreso, como traje a la medida para arropar sus vergüenzas; congresistas cuya consistencia ideológica es directamente proporcional a la firmeza o dureza de un papel toilette, pues, lo suyo es el pragmatismo, para mantenerse.
Antes, el bipartidismo, después, el multipartidismo. A partir de 1991 se presenta un cambio importante en el sistema político con la aparición de nuevos actores políticos en Colombia, en un contexto social, político y electoral nuevo.
Los auxilios parlamentarios antes, los cupos indicativos después, han sido y son, la mermelada que ha edulcorado las relaciones entre el ejecutivo y el legislativo; y en esa melosa relación, se fueron corrompiendo todos los poderes.
Una cancerosa corrupción invade el cuerpo del Estado como mal endémico que infesta las instituciones a todos los niveles. En cada gobierno aparece este virus, unas veces como “yidis”, otras como “toga”, y los más recientes: “olmedo”, “Sandra” “Sneyder”, “Name”, “Calle”, virus que se reproduce en su medio natural, el de la pestilente politiquería congresional.
El país se ha venido acostumbrando, día a día, a los escándalos por hechos de corrupción. Cada día trae un nuevo escándalo y éste tapa el anterior. Y cada escándalo desvía la atención en el qué hacer de los tres poderes.
Es más, la preocupación por el escándalo, que por el virus que corrompe, más por tapar que, por destapar, ocupando el día a día del gobierno, del congreso y de las cortes.
El gobierno con su política errática del cabildeo, negociando a destajo, voto a voto, en el mercado persa del Congreso, lo que ha logrado es que le hagan conejo y se frustre la aprobación de sus reformas.
El sistema de partidos en Colombia se ha desnaturalizado, los partidos ya no compiten como partidos, sino, como mercaderes, en ese entramado de corrupción. Cada congresista actúa, motu propio, no como partido; cada voto tiene su precio, y cada uno negocia, vendiendo su voto al mejor postor. Uno, vale tres mil, otro mil, otro, y, otro, y, otro, no se sabe cuánto. Unos, extorsionan; otros, concusionan. Todos negocian y en ese negocio el país se derrumba.
Los partidos ya no son una organización conformada por un grupo de personas que comparten una ideología, una visión política y unos objetivos comunes. Han perdido su ideología, la han reciclado; ya no tienen visión política de país, su visión es la de tener presencia en el congreso para negociar, individualmente; no tienen objetivo común, su objetivo es individual, cómo sacar provecho, para enriquecerse.
Su participación en el sistema político, no está orientado al bien público, al interés nacional; su participación como colectividad se ha desdibujado, ya que, cada congresista, cada líder político en el congreso, actúa como mercader.
La aparición de nuevos partidos políticos y la desaparición de otros (como producto del reciclaje), ha venido cambiando y reconfigurando el sistema de partidos. La interacción de los partidos, en este sistema de partidos, ya no se da por competencia entre ellos, la interacción y la competencia está mediada por la transacción.
En Colombia, el sistema de partidos, su competencia, su interacción, se ha reorientado a: “yo te doy y que me das”.
(*) Magister en Ciencias Políticas
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