Por: José Gustavo Hernández Castaño (*)
En el corto recorrido (un año) desde su llegada a la presidencia, Gustavo Petro, ha pasado por diversos momentos, o mejor, se ha mostrado de diversas maneras. Uno el de la campaña; otro, el del discurso del triunfo; otro, el del discurso de posesión; otro, cuando rompe con la coalición de gobierno; y, otro, el del discurso de instalación de la segunda legislatura del Congreso.
Pareciera que en él cohabitasen Petros distintos; uno, Petro camorrero, Petro pendenciero; otro, Petro queriendo o tendiendo a ser Estadista.
El primero, el del balcón queriendo gobernar en las calles, promoviendo movilizaciones y asambleas populares, totalmente desenfocado, sin rumbo, o mejor, dando tumbos. El segundo, el reposado, el de la fuerza argumental, queriendo ser Estadista.
Petro es uno solo, el de los cambios, el de las reformas, pero, en él conviven dos Petros: el emocional y el cerebral.
El primero, el soberbio, no genera confianza, solo incertidumbres, quiere sacar las reformas presionando al Congreso, jugando a desestabilizar la autoridad institucional de los partidos, negociando a destajo, buscando conquistar en comisiones y en plenarias (en una política del menudeo) el voto a voto de los Congresistas.
En la instalación del Congreso, en su segunda legislatura, hubo un asomo del segundo, del Petro del día de la posesión, ese Petro que tiende a buscar un acuerdo de gobernabilidad con la institucionalidad de los partidos para sacar adelante las reformas. Es el Petro que todo el país quiere. Es el Petro que busca triunfar y no el que busca derrotarse, manteniéndose en el terreno de las emociones. Es el Petro que genera tranquilidad y certidumbres. Es el Petro que tiende a catapultarse como gobernante, como estadista, como líder latinoamericano y, mundial, si se quiere.
En este escenario, el de las certidumbres, podrá mostrarse también como líder político, en las elecciones territoriales del 29 de octubre, para lo cual debe coger el toro por los cuernos y no permitir que el Pacto Histórico se descuaderne.
Petro y la dirección Nacional del Pacto deben tener claro que, por encima de cualquier postura, hay que hacer prevalecer la unidad para mantenerse y para proyectarse en los territorios. En 2.022 logró la presidencia; en 2.023, es imperativo conquistar muchas gobernaciones y muchas alcaldías, al tiempo que deben conquistar amplios espacios en las corporaciones publicas de los Departamentos y los Municipios, para derrotar las mafias políticas enquistadas por años en la administración pública de los territorios.
La unidad es el camino, la unidad es la garantía del triunfo. La dispersión, la división será la derrota.
Post scriptum: una necesaria rectificación para mantener la unidad.
Al mejor estilo de la politiquería tradicional, uno de los precandidatos a Gobernación del Quindío (LCS) del Pacto Histórico, se inventó la especie que, los otros dos precandidatos del Pacto Histórico, habían enviado una carta a la dirección nacional para que no se escogiera un candidato del Pacto, sino, que lo fuera en el Frente Amplio, y que dicho candidato era el del Partido Liberal: Atilano Giraldo.
Su interés: enlodar el prestigio de los otros dos candidatos. Su interés: tratar de ganar el apoyo de otros partidos al interior del Pacto (con mentiras). Su interés: dividir al Pacto. Y, al dividir el Pacto, él sabe de antemano que un Pacto Histórico dividido no tiene posibilidades reales de ser alternativa de triunfo. Y, sabe también, que dividiéndolo no solo no tiene posibilidades de triunfo, sino, que le facilita el camino para que uno de los candidatos (el de las maquinarias) sea el ganador. Flaco servicio le hace al departamento, flaco servicio le hace a la democracia, flaco servicio le hace al Pacto Histórico.
Para cerrar con broche de oro, los partidos que lo acompañan en su cruzada divisionista acuerdan sacar listas cerradas a Asamblea y a Concejos, imponiéndole a los demás partidos tan desafortunada decisión. En una extrema miopía política y carentes de todo realismo político, pretenden que los demás partidos sean solo peones de brega, coequiperos, y no protagonistas válidos en la competencia para que varios de sus líderes puedan llegar logrando el mayor número de respaldos posibles.
En una lista cerrada, se sabe de antemano que los demás candidatos, exceptuando el primero (a lo sumo el segundo) tiene posibilidades reales de llegar. Una lista cerrada no estimula la competencia, no estimula el trabajo colectivo. En la lista cerrada, los candidatos de los dos primeros renglones (a lo sumo), trabajan; el resto, no tienen estímulo para hacerlo. Los resultados un desastre, en términos electorales. Una lista así, lo que logra en últimas, es cerrarles las puertas a los demás candidatos que no se sienten con posibilidades de ser elegidos.
(*) Magister en Ciencias Políticas
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