Lo dijo Bolívar: Colombia es ingobernable. Lo expresó en su célebre carta al general Juan José Flores, escrita en Barranquilla el 9 de noviembre de 1830. Acababa de abandonar el poder, la Gran Colombia se desmembraba y al Libertador le quedaba un poco más de un mes de vida.
Era un contexto muy distinto al actual, en el que aún estaban frescas las batallas de la guerra de Independencia y la vida republicana apenas comenzaba. El nombre de Colombia todavía abrigaba el inmenso territorio del que se desprendieron nuestra república y las de Venezuela y Ecuador. Pero el pueblo mestizo, indígena y afrodescendiente era el mismo que hoy conforma el mapa étnico de las tres naciones fundadoras de la Colombia grande del siglo XIX. A todas se les podrían aplicar ahora las palabras de Bolívar.
El destinatario de la carta era otro militar venezolano que combatió por la Independencia y fue nombrado por Bolívar gobernador del Distrito Sur de la Gran Colombia, después convertido en la República del Ecuador. Pronto compartiría con su jefe el privilegio de ser el primer presidente de una de las repúblicas recién nacidas. La misiva que recibió fue el último documento importante suscrito por Bolívar cuando iba a cumplir el deseo de dejar Colombia, frustrado por la enfermedad que al mes siguiente terminó con su vida en la hacienda de Santa Marta donde le ofrecieron abrigo.
“Usted sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos. 1º. La América es ingobernable para nosotros. 2º. El que sirve una revolución ara en el mar. 3º. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4º. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5º. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6º. Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, este sería el último período de la América”.
La amargura de esta confesión es fácil de entender por las circunstancias que rodeaban al Libertador, derrotado por sus enemigos políticos, herido en el alma por el asesinato del mariscal Sucre —su favorito para sucederlo—, defraudado por el fracaso de su sueño grancolombiano y, además, enfermo. Pero ninguna de sus afirmaciones careció de sustento. Lo demuestra el curso que siguieron las repúblicas por las que luchó con las armas y forjó con las ideas. Colombia, en particular, ostenta en su historia abundantes ejemplos de lo difícil que resulta gobernarla. A los obstáculos de la geografía se suman las diferencias culturales entre sus regiones, las desigualdades económicas y sociales, y la diversidad de hábitos, a todo lo cual hay que agregar las divergencias políticas llevadas al extremo de la confrontación armada.