Colombia posee 50.000 km2 de selvas vírgenes con una gran variedad de
especies nativas, muchas desconocidas para la ciencia, atacadas a diario
por la deforestación masiva, con graves consecuencias para la
biodiversidad.
Son bastas las áreas destruidas y quemadas (250 hectáreas promedio día),
agotando de manera vertiginosa un patrimonio que alcanza el 42% del
territorio colombiano correspondiente a bosques vírgenes (39 millones de
hectáreas de bosque nativo y bosques tropicales), muchos de ellos
pertenecientes a la costa pacífica, extensiones de jungla sin explorar.
Un patrimonio extraordinario que se encuentra en alto riesgo. Tan solo en
2017 desaparecieron 220 mil hectáreas, un tamaño mucho mayor que todo
el departamento del Quindío. Aterra reconocer que, cada hora 25 hectáreas
se deforestan, (25 canchas de fútbol).
En estos territorios el bosque natural es un obstáculo para las actividades
del supuesto desarrollo. En una combinación perniciosa se tala, se quema,
para actividades de siembra de pastos para ganadería, siembra de coca
para narcotráfico y la extracción de oro, todas causantes del efecto de
invernadero y en una acelerado proceso de contaminación de nuestro
recurso vital: el agua.
La delincuencia ambiental alcanza todos los niveles pasando por
funcionarios públicos de orden nacional, grandes empresas, alcaldes
corruptos, grupos armados que llevan a cabo viles asesinatos. Y la
comunidad, una comunidad que no tiene medios de subsistencia legales
que, aunque sean conscientes del daño ambiental, deforestan o de lo
contrario mueren de hambre y miseria o asesinados por desobediencia a las
grandes empresas delincuenciales.
Son aterradoras las palabras del leñador: “Cuando cae un árbol la muerte
se deleita, el impacto en la tierra produce un sonido escalofriante y así
mismo se sufre, se siente temor, así mismo cuando uno se muere, pero es
lo único que tenemos para sobrevivir. No hay otra manera de vida, es muy
duro, luego ya no habrá nada, se explota conscientemente para
perjudicarnos nosotros mismos”
Muchos dirán “pueden sembrar alimentos” y no es así de sencillo, impera la
coca, impera la producción ganadera dirigida por terratenientes que a la
fuerza se apropian de áreas protegidas. Un leñador gana en promedio
$1.270.000, “si quiera, menos mal” porque así no le alcanza para comprar
una motosierra; ya que estos hombres trabajando 7 horas pueden, de
acuerdo al diámetro de un árbol, talar 80 árboles en el día.
Alrededor de 3.000 árboles con siglos de antigüedad, en los diez últimos
años han sido talados, “un desastre total”.
El departamento del Quindío no es la excepción, el transporte ilegal de
guadua es pan de cada día, evaden rutas, retenes y horarios para
extracción. La guadua es un recurso natural elemental para las fuentes
hídricas. ¿Pero cómo es posible que de manera fácil se obtenga
salvoconductos o permisos para tala de guadua en cualquier municipio del
Quindío?
En el departamento 64.000 metros cúbicos de madera, equivalente a 1.800
remolques, cuyo origen es el bambú, son ilegales.
El corazón verde de Colombia nuestro Quindío, esta amenazado por
invasiones de inescrupulosos terratenientes extranjeros, en concordancia
con los gobernantes de turno. Grandes empresarios foráneos, quieren que
el suelo tenga otro uso, como los monocultivos contaminantes.
La violencia, las amenazas, están a flor de piel, ya no son nuestros los
bienes naturales comunes, ni quebradas, ni ríos, ni senderos, ni bosques, y
con ello nos usurpan el disfrute, la paz y la salud que ofrecen los bosques.
Una es la exigencia ancestral: ¡ el Derecho al Disfrute natural !
Amparo Gómez Castellanos.
Administradora Ambiental
Fotografía: Juan José Pachón
