Por: José Gustavo Hernández Castaño (*)
Como parte de una cultura ancestral, nuestros abuelos fueron transmitiendo, de generación en generación, el respeto por los mayores y por las personas en cuanto a su dignidad y gobierno; en el imaginario colectivo se fue formando una tendencia a magnificar ciertas dignidades y ciertas instituciones; y, en una sociedad democrática, bien estructurada, se mantiene esa cultura del reconocimiento a las dignidades y las instituciones, como identificación del papel de los individuos en la historia.
Esa cultura que se ha venido perdiendo por diversas circunstancias: unas, por la irreverencia; otras, por la falta de control y la no enseñanza de los padres de las últimas generaciones; otras tantas, por la naturaleza caída de los seres, inspiradores del respeto.
El desarrollo de las tecnologías de la comunicación, el avance de las redes que acercaron y masificaron los niveles de comunicación de los ciudadanos, con sus elementos positivos, trajo consigo abundantes elementos negativos de tipo cultural en esta sociedad.
En la cultura like, del “me gusta” de Facebook, para cautivar a sus seguidores, para crecer en las redes, la simpleza y la vulgaridad es el lenguaje más buscado y más apetecido.
Las imágenes y los contenidos, perdieron su importancia y su profundidad, fueron reemplazadas por la nimiedad, la nonada, la bagatela, y la trapacería. Se volvió más importante la forma que el contenido; se reemplazó lo esencial, lo sustancial, por lo anodino, lo inane, lo fútil.
El intelecto fue reemplazado por la banalidad, la estupidez y la trivialidad; las ideas y las producciones intelectuales de hombres y mujeres importantes, fueron reemplazadas por youtubers o influenciadores; los libros y su esencial contenido fueron reemplazados por la fruslería y la cursilería de los mensajes.
Esta sociedad de naturaleza caída, se fue perdiendo en la ordinariez y la futilidad de los contenidos en las redes.
Cuando esa naturaleza caída de la que hablara San Agustín de Hipona, en términos filosóficos, asociada al pecado, en términos religiosos o bíblicos, se hizo sentir con fuerza, ha venido siendo percibida, ya no, como de algunas individualidades, de algunas dignidades, de algunas instituciones, sino que invadió todo el organismo social, entonces, esa sociedad ha venido corriendo el riesgo de perder el horizonte.
En esta cultura donde importa más el tener que el Ser, usted, no importa como ser humano, sus valores, sus principios, su formación académica y su bagaje intelectual; usted importa, por lo que tiene, por el conjunto de propiedades y de cosas materiales que usted posee. Y en medio de esa cultura, nos fuimos perdiendo como sociedad.
Antes, los gobernantes, los dirigentes políticos, tenían su peso social por el SER y el profundo contenido que encerraban; primero tenían que tener un conjunto de cualidades personales y demostrar serlo; ahora, cualquiera puede serlo.
En esta cultura like, de naturaleza caída, los líderes y los gobernantes se abren paso y ascienden no por su SER, sino, por TENER. Y, si no tienen aparentan tenerlo, a través de otro que tiene por él, el financiador, el titiritero, el que los mueve, y el que los mueve maneja los hilos del poder.
Y, para el gobernante, para el concejal, para el Diputado, no importa si la financiación llega de dineros sucios, del contratismo, de la corrupción, eso no importa, importa es que le garantice su elección o su reelección. Lo demás llega por añadidura, aplican la frase de la sabiduría popular: “del mismo cuero salen las correas”.
En este trastoque, en esta inversión de los valores, lo normal se volvió anormal, y lo anormal mudó o mutó convirtiéndose en normal.
A manera de ejemplo, antes, los alcaldes eran nombrados o elegidos, para que gobernaran y, eran ellos, no otros, los que gobernaban.
De un tiempo para acá, incluidos los de ahora (los de las recientes elecciones territoriales), unos fueron los elegidos por los ciudadanos, pero, quien gobierna es otro. En el caso del Departamento, un mismo personaje, el de marras, el no elegido, el titiritero, gobierna en 9 municipios del Departamento del Quindío.
El señor de marras que aspiraba, en campaña, tener control total del territorio (doce municipios, y Gobernación del Departamento), invirtió demasiados recursos, no de él, sino, de los reales financiadores, los que no pueden aparecer, pensando tenerlo todo, solamente logró 9 alcaldías, a través de las cuales, espera recuperar con creces, todo lo invertido. Como se dice coloquialmente, se le descuadró la caja, en términos de los contadores.
(*) Magister en Ciencias Políticas
E-mail: gerencia@bambucomunicaciones.com
gustavo.hernandez@bambucomunicaciones.com