domingo, octubre 5, 2025

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Editorial 152: Elecciones 2026: El voto que puede voltear la historia del Quindío

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Por: José Gustavo Hernández Castaño (*)

En 2026 el Quindío cumple 60 años de vida político-administrativa. Sesenta. Seis décadas desde que este pequeño departamento empezó a escribir su historia institucional, y sin embargo la mejor forma de celebrarlo no es con discursos ni placas conmemorativas, sino con una decisión más poderosa: cambiar el rumbo. Y la oportunidad está servida en bandeja: las elecciones a la Cámara de Representantes. Si en seis décadas no hemos logrado enderezar la mesa democrática, 2026 puede ser el año en que, por fin, la volquemos.

Porque hoy, la política regional no parece una democracia vibrante sino un club privado con acceso restringido. Y en ese club, la entrada se paga con contratos, favores y cuotas. Las dos edificaciones que deberían simbolizar el servicio público —la Gobernación y la Alcaldía de Armenia— han dejado de ser instituciones al servicio de la gente para convertirse en sedes de campaña con fachada institucional. Lo que allí ocurre no solo bordea lo ilegal: es éticamente nauseabundo. Como si el Estado hubiese sido tomado por asalto y luego alquilado al mejor postor. Allí no se diseñan políticas: se reparten puestos. No se gobierna: se negocian lealtades. El Estado ha sido secuestrado y puesto en arriendo por las mismas manos que dicen servirlo.

Mientras tanto, en la acera de enfrente, miles de ciudadanos callan. Su silencio no es apatía: es protesta. Y no es pereza: es desencanto. No es apatía: es hartazgo. Protestan quedándose en casa, votando en blanco, anulando el tarjetón o dejándolo sin marcar. En la última década, la suma de abstención, voto en blanco, votos nulos y no marcados supera con facilidad los 250.000 electores por jornada, es decir, casi la mitad del potencial electoral del departamento. Medio Quindío, literalmente, no respalda a nadie. Anthony Downs lo llamaría cálculo racional; Pippa Norris lo definiría como protesta silenciosa. En el Quindío es ambas cosas: rechazo al sistema político capturado por élites recicladas y maquinarias clientelistas que se reparten el poder como si fueran dueñas del terreno.

El voto en blanco, por su parte, se ha convertido en un termómetro del desencanto. En las elecciones a la Asamblea de 2019, casi uno de cada cuatro votantes decidió no elegir a nadie. Lo mismo ocurre con los votos nulos y no marcados: decenas de miles de ciudadanos que no se equivocan al votar, sino que deciden no elegir a nadie. Como si dijeran: “ninguno merece mi confianza”. Y en las legislativas de 2022, la abstención superó el 55% y el voto en blanco se acercó al 11%. Esto no es una simple anécdota estadística: es una mayoría dormida. Y lo más revelador es que no hace falta que despierte toda. Si apenas un 5% o 10% de los abstencionistas decidieran ir a las urnas y votar por opciones alternativas, el peso de esos nuevos votos sumado a los blancos, nulos y no marcados sería literalmente demoledor. Bastaría con que entre 25.000 y 50.000 personas de las que hoy no votan lo hicieran para inclinar la balanza por completo. Con ese impulso, la maquinaria política, que hoy se alimenta de la apatía, colapsaría bajo el peso del voto ciudadano.

Si la mitad del electorado que hoy calla decidiera hablar con su voto, no habría maquinaria que resistiera. Y aún más: incluso sin ese 5% o 10% adicional, la sola suma de los votos en blanco, nulos y no marcados —si se transformaran en votos de castigo— sería suficiente para derrotar a las listas tradicionales. La cuenta es sencilla: hay más electores expresando rechazo que respaldando a los clanes políticos. La diferencia está en que, hasta ahora, esa desafección se ha quedado en silencio. El reto es que deje de ser protesta muda y se convierta en decisión activa.

El voto libre —el que no se arrodilla ante el contrato ni se vende al mejor postor— vale más que cualquier chequera. Y el voto de opinión —el que no se deja comprar ni asustar— puede hacer lo que ninguna reforma ha logrado: derrotar a las maquinarias en su propio terreno. Ningún cacique sobrevive cuando el ciudadano vota sin miedo. Ningún directorio político se sostiene cuando la ciudadanía decide que la dignidad no se negocia.

Claro, el voto por sí solo no basta. Las instituciones deben dejar de mirar para otro lado. Contraloría, Procuraduría, Fiscalía y autoridades electorales tienen que abandonar su papel de notarios del saqueo y asumir el de sus adversarios. La corrupción no se combate con comunicados tibios ni con sanciones simbólicas, sino con vigilancia rigurosa, investigación sin contemplaciones y castigos ejemplares. Los que convirtieron la contratación en la caja menor de sus campañas, los que reparten cargos como pago político, los que manipulan el presupuesto público como si fuera su billetera, deben enfrentar consecuencias reales. La impunidad no puede seguir siendo la gasolina del sistema. Y entonces sí, cuando la vigilancia institucional se combine con un voto ciudadano libre, la historia podrá empezar a cambiar.

Y ese cambio empieza en las urnas, con un voto que no sea un cheque en blanco para la corrupción ni un silencio resignado ante el abuso. Empieza con ciudadanos que entienden que abstenerse es dejar que otros decidan por ellos. Empieza con el voto de opinión, con el voto libre, con el voto que castiga y premia, que pregunta “quién gana y por qué” y que convierte esa pregunta en criterio de decisión. Empieza, en suma, con la convicción de que la democracia no es un espectáculo cada cuatro años, sino una disciplina diaria. Y si esa disciplina se ejerce con fuerza en 2026, entonces sí habrá motivo para celebrar los 60 años del Quindío: porque habremos dejado de conmemorar el pasado para empezar a escribir un futuro distinto.

Porque al final, la política es como esa mesa coja con la que empezamos: puede seguir inclinada si nadie la toca, o puede enderezarse si suficientes manos deciden empujarla hacia el lado correcto. Y esas manos existen, están listas y son muchas. No están en los directorios políticos ni en los contratos. Están en el voto que no se vende, en la indignación que se organiza y en la ciudadanía que, cansada de que le roben el Estado, decide recuperarlo. Y cuando eso ocurra, ni la maquinaria mejor engrasada tendrá cómo detenerla.

 (*) Magister en Ciencias Políticas

      Asesor en direccionamiento estratégico de campañas

E-mail: gerencia@bambucomunicaciones.com

gustavo.hernandez@bambucomunicaciones.com

 

 

 

 

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